Historia de los Humedales de Bogotá Evolución Histórica: Se estima que a principios del siglo XX, el área ocupada por lagos y humedales en los que hoy es Bogotá, sumaba más de 50.000 hectáreas. De las cuales hoy sólo quedan 800. La evolución histórica de los humedales no muestra protección o conservación de estos ambientes, sino que revela un claro proceso de reducción, deterioro y contaminación, lo que implica un fuerte impacto en la flora y la fauna de tan valioso ecosistema.
Los Muiscas y el Agua
Hace más de 20.000 años la Sabana de Bogotá era un gran lago, más sufrió el quebrantamiento de uno de sus bordes y se desaguó por lo que hoy conocemos como el Salto de Tequendama. La mitología muisca no sólo atribuye este grandioso evento a Bochica, sino que nos cuenta cómo el dios arrojó su vara de oro al Salto de Tequendama, separando dos grandes peñascos para liberar las aguas. La leyenda narra además, que el lago se formó por el desbordamiento de los ríos Sopó y Tibitó, pues el dios Chibchacum, ofendidos por los habitantes de la sabana, decidió inundarla, y las aguas cubrieron las viviendas y los cultivos de los muiscas.
El agua era parte esencial de la creación del mundo muisca, y muchos episodios de su mitología acontecieron en lagos y humedales. Entre los dioses relacionados con el agua se cuentan Bochica el héroe civilizador, Sie, la diosa del agua, Bachué, quien representa el origen de la humanidad pues emergió de una laguna con un niño en sus brazos y su descendencia pobló la tierra; además la diosa Chía, quien solicitó a los muiscas ofrecer sacrificios y ofrendas a ríos y arroyos, lagos y lagunas en señal de devoción y respeto a las deidades indígenas.
Durante los baños rituales de zipa en la laguna de Guatavita, ceremonia que originó la leyenda del Dorado.
Todas las etapas de la vida del individuo se consagraban en el agua. Sie, la diosa del agua, acompañaba la vida del muisca desde el nacimiento hasta su muerte. En el momento del parto, la madre se acercaba a la orilla de una laguna a dar a luz, y luego del alumbramiento, madre e hijo tomaban un baño en sus aguas, y se encomendaba la vida del recién nacido a la diosa.
Las ceremonias de la llegada de la pubertad o la consagración de los varones que aspiraban a sacerdotes, guardaban una estrecha relación con el agua, pues el ritual se realizaba entorno a las lagunas, y concluía cuando los iniciados se sumergían en sus aguas. De otro lado el rito funerario de los caciques era una especie de baño eterno, ya que eran enterrados junto con gran cantidad de ofrendas de oro en el lecho de una laguna.
La Fundación de Santafé
La ciudad de Santafé fue fundada el 6 de agosto de 1538 cerca al lugar de recreo del Zipa, un sitio muy agradable llamado por los muiscas Teusaquillo. La ciudad fue trazada a partir de la actual Plaza de Bolívar, pues el lugar ofrecía muchas ventajas para la instalación del caserío inicial, ya que gozaba de quebradas y arroyos de aguas cristalinas que descendían de las cuencas formadas por los cerros orientales. Además el terreno no presentaba inundaciones durante la temporada de lluvia, pues el exceso de agua era, como ya se mencionó, recogido y almacenado naturalmente por lagos y humedales.
Para el trazado de la ciudad se usó la tradicional cuadra española de cien varas de lado. Las travesías o calles actuales se alinearon en sentido de la mayor pendiente, es decir hacia el occidente, permitiendo un buen drenaje de las aguas lluvias. Por su parte las calles principales (Carreras) se guían el eje norte sur desaguaban en los ríos que bordeaban la ciudad: El San Francisco y El San Agustín, que luego de vertir sus caudales en los grandes lagos y humedales del occidente de la región, desembocaban en el río Bogotá.
La Contaminación de las Quebradas
El sistema domiciliario de desagüe en Santafé era tan primitivo como el de suministro de agua potable. La mayoría de las viviendas no contaban con ningún dispositivo sanitario y simplemente, se arrojaban las aguas servidas y las basuras al caño público, que corría por el centro de las calles a cielo abierto. Las aguas y las basuras que se acumulaban en las épocas de verano daban a la ciudad un aspecto repugnante, y sólo después de fuertes aguaceros las calles recobraban algo de limpieza. Los arroyos utilizados como único sistema de desagüe y basurero, desembocaban en los ríos que bordeaban la ciudad, y sus caudales transportaban los desechos a lagunas y humedales, y por último al río Bogotá.
La Colonia (1580-1810)
Para 1580 la población santafereña suplía sus necesidades de agua sirviéndose de los ríos San Agustín, San Francisco, Salitre, Fucha y Tunjuelo, sin embargo, las aguas residuales producidas por la ciudad se revertían a los mismos ríos mediante caños o zanjas improvisadas, contaminando el agua que consumían.
A finales del siglo XVI y con el fin de mejorar el servicio de agua potable de Santafé se construyó el primer acueducto. Consistía en una acequia a cielo abierto, revestida por lajas de piedra, ladrillo y cal, que se alimentaba del río San Agustín y atravesaba una densa de arbustos sembrados por los indígenas. Su función era conducir el agua que descendía de los cerros hasta algunos establecimientos públicos, para luego alimentar la pila pública.
Los Humedales
Los lagos y humedales ubicados en las áreas periféricas de la joven Santafé, cumplieron una labor protagónica en la evolución histórica de la ciudad.
Éstos eran fuente de muchos productos y estaban asociados con algunos aspectos de la vida cotidiana. En sus rondas se recolectaba la leña requerida para asar carnes rojas y hornear pan, alimentos básicos de la dieta española, así como para la cocción de tejas de barro y las primeras herrerías. En sus aguas se pescaban el capitán y el dorado, o se realizaban apacibles recorridos en bote. En sus orillas alisos, arrayanes y otros árboles nativos, además de los sauces sembrados por orden del rey Carlos V en 1510, conformaban paisajes agradables y pintorescos. Pronto en sus riberas se establecieron las haciendas de muchos españoles, en las que pasaban los días de descanso dedicados a la caza o la pesca, las cabalgatas en corceles de paso fino y otras actividades recreativas.
Los Primeros Puentes
En 1640 el gobierno de la colonia ordenó la construcción de puentes y alcantarillas, debido al desbordamiento de los ríos, quebradas, lagunas y humedales afectados por el aumento en el nivel de las aguas del río Bogotá durante la temporada de lluvia, lo que transformaba el occidente de la ciudad en una insalvable barrera acuática. Situación que obedecía al comportamiento natural del sistema de lagos y humedales de la sabana, pues como sabemos, su función consistía en captar el exceso de aguas de invierno, reservándolas para la temporada seca.
La Expedición Botánica
Una de las haciendas más renombradas a finales del siglo XVIII fue la que habilitó el científico José Celestino Mutis, pues en ella creó un Jardín Botánico de investigación con base en la flora típica de las riberas del río Bogotá y de los lagos y humedales que se encontraban en su área de influencia, desarrollando importantes estudios y avances científicos sobre la flora de estos ambientes.
En 1783 el arzobispo y virrey Antonio Caballero y Góngora creó una comisión científica, dirigida por el sabio Mutis, su promotor, que inició sus investigaciones en los cerros orientales de Santafé, primeros pasos de una aventura que después se conocería mundialmente como la expedición botánica.
Bogotá
En 1819, tras el Congreso de Angostura y sin concluir aún la campaña libertadora, el país renació como nación independiente: La República de Colombia, conocida históricamente como la Gran Colombia, y a la antigua Santafé se le cambio el nombre por el de Bogotá. La ciudad no presentó un avance significativo en su crecimiento urbano por aquel entonces, manteniéndose distantes de las áreas ocupadas por lagos y humedales.
Según el censo de 1843 Bogotá contaba con 40.086 habitantes, lo que equivalía al 2.07% de la población del país, que a la fecha era de 1.936.522 habitantes. La población se incrementaba, más la ciudad no se expandía, redoblando los problemas de hacinamiento e insalubridad. La causa del evidente letargo urbanístico residía en la estrechez económica de la época, que indujo a los bogotanos a subdividir las grandes casonas coloniales en 2 o 3 viviendas independientes, costumbre que perduró hasta el siglo XIX.
La ciudad contaba para este entonces con 30 carreras, 26 calles y 700 tramos de vías urbanas, 250 manzanas, 4 plazas, 8 plazuelas y cerca de 3.000 casas, según el Nuevo Plano del Agustín Codazzi.
Bogotá ya empezaba a desbordar el marco fijados por sus ríos tradicionales, El San Agustín, El San Francisco, El Arzobispo y el Fucha. El crecimiento de la ciudad junto con las nuevas prácticas urbanísticas europeas, que promulgaban por la implantación de nuevas costumbres sanitarias en favor de la salud pública, llevaron a reemplazar el precario sistema de distribución de agua por un verdadero acueducto.
El Primer Acueducto
Por lo que en 1886 el municipio firmó un contrato con la compañía del señor Ramón B. Jimeno. Se trataba de un sistema de tuberías de hierro fundido que suministraban agua a domicilio mediante plumas o acometidas. El agua proveniente de los ríos San Agustín y San Francisco empezó a distribuirse en 1888 sin mayor tratamiento, pues sólo se contaba para ello con cajas desarenadoras. Para prestar el servicio, la compañía de acueducto de Bogotá construyó dos estanques, uno de 4 millones de litros en el barrio Egipto, y otro de 13 millones en la quinta de Bolívar. Pero los estanques y las fuentes de abastecimiento del acueducto del señor Jimeno así como los grandes tramos del sistema de distribución, acrecentaban su caudal tanto en invierno como en verano con excrementos humanos y animales, distribuyendo así los gérmenes del tifo y la disentería que por esa época azotaron la población.
Con todo, la construcción del acueducto impulso la urgencia de crear un sistema de alcantarillado, pues hasta el momento las aguas residuales corrían por el centro de las calles a cielo abierto, como lo venían haciendo desde los tiempos de la Colonia, generando desaseos, pestilencias, muladares y focos de infección. Se vio entonces la necesidad de crear un sistema de tuberías subterráneas para la conducción de las aguas negras, y se construyó la primera alcantarilla de la ciudad en 1877, en la calle 10 entre 7 y 9. No obstante, las novedosas tuberías de desagüe vertían su contenido en los ríos que surcaban la ciudad, contaminando los caudales que desembocaban en lagos y humedales.
El Siglo XX
El área ocupada por el casco urbano de Bogotá en 1917 era de 203 hectáreas, en 1905 superaba las 300. La población pasó de contar con 21.394 habitantes en 1801 a 100.000 en 1905, es decir, cinco veces más.
En las primeras décadas proliferaron las urbanizaciones improvisadas y carentes de servicios públicos como respuesta a la demanda de vivienda.
Debido al crecimiento demográfico y la expansión urbana fue necesario ampliar la red de alcantarillado de la ciudad. Así mismo se pensó por primera vez en tratar con cloro el agua distribuida por el acueducto, que en 1914 fue adquirido por el Municipio, debido a los problemas de salud pública del área central que en las dos primeras décadas del siglo XX colocaba a la ciudad en una situación cercana al colapso sanitario.
La primera planta de tratamiento de aguas del país fue la de Vitelma, construida entre 1933 y 1938 en los cerros orientales de Bogotá. La puesta en funcionamiento de la planta de Vitelma y la represa de la Regadera que la alimentaba, fue un avance importante en la cobertura y la calidad del servicio. Sin embargo, para la cuarta década del siglo XX la ciudad padecía por la falta de agua, por lo que en 1948 se recurrió al río Bogotá cómo fuente de abastecimiento, y se construyó la planta de Tibitó.
Los lagos y humedales por su parte, continuaban suministrado el agua para las haciendas que se encontraban en su área de influencia, pero recibían a cambio sus aguas residuales y las de la ciudad. Se puede decir que los humedales, desde la época de la Colonia, además de proveer a los pobladores de sus inmediaciones de caza y pesca, prestaron a la ciudad el servicio de recolección de desechos sólidos, líquidos e industriales, actuando como grandes estanques o plantas naturales de tratamiento de agua, pese a que, al cumplir tan loable labor, perdían paulatinamente la riqueza de su flora y fauna.
La Expansión Úrbana
La actividad constructora iniciada en las primeras décadas del siglo XX no fue suficiente para la demanda de vivienda. Entre 1918 y 1928 los arriendos subieron en un 350%. Según los datos de 1928, los 235.702 habitantes de la ciudad requerían 29.963 casas (tomando como base una casa para ocho personas) pero sólo había 17.767, lo que arrojaba un déficit de 11.969 viviendas.
La anterior situación generó la aparición de barrios periféricos, cambiándole el rostro a la ciudad.
Fragmentación de los Humedales
En la década de los treinta se construyó al Aeródromo de Techo, y años más tarde, la Avenida de las Américas, obras que jalonaron el desarrollo urbano hacia el occidente, y que quizá fueron las primeras en afectar los grandes lagos y humedales, ya que fraccionaron la laguna de Tintal en cuerpos de agua más reducidos, formando los actuales humedales de Tibanica, La Vaca, El Burro y Techo y el lago Timiza, fragmentación que no sólo afectó el área física del lago sino que modificó el funcionamiento normal del sistema hídrico de la zona, afectando la flora y fauna natural.
El crecimiento de la ciudad exigió el trazado de nuevas vías, como la Autopista Norte, construida en 1952, obra de vital importancia para la ciudad, pero que afectó otro de los grandes lagos de la ciudad, dividiéndolo en los actuales humedales de Guaymaral y Torca.
De igual forma, la construcción del Aeropuerto y la Avenida El Dorado, obras concluidas en 1958, afectaron la laguna que ocupaba esa área, fragmentándola en los humedales de Jaboque y Capellanía.
En 1961 el proyecto de Ciudad de Techo (hoy Kennedy) generó otro polo de desarrollo que pronto creó una serie de barrios periféricos de origen espontáneo, como Patio Bonito o Britalia, todos ellos construidos sobre la ronda y el cuerpo de agua de los lagos y humedales del sector (por lo que soportan los desbordamientos del río Bogotá en tiempo lluvioso), y de los que sólo subsisten los pequeños humedales de Techo, El Burro y La Vaca.
En 1897 se inició el proyecto Ciudad Salitre. Su columna vertebral es la Avenida de la Esperanza que vincula la urbanización con Fontibón y el centro de la ciudad. La construcción de la avenida afectó una laguna que para entonces abarcaba una extensa área (remanente del gran lago afectado años antes por la avenida del dorado), y de la que hoy sólo sobrevive el humedal de Capellanía.
Al otro extremo de la ciudad, por la década del 90 Suba vivió un fuerte desarrollo urbano. En algunos casos los barrios siguieron las normas urbanísticas, pero en muchos otros, los barrios invadieron, no sólo las rondas de los humedales de Tibabuyes y la Conejera, sino que con base en rellenos ilegales fueron construidos sobre el cuerpo de agua de estos ecosistemas.
Para finalizar este breve recorrido por lo que sobrevive de los humedales de Bogotá, debemos mencionar el Meandro del Say, antiguo curso del río Bogotá en la localidad de Fontibón, que ha sufrido la invasión de su ronda y su cuerpo de agua por industrias del sector